sábado, 8 de mayo de 2010

Extracto de novela inconclusa


Sus ojos miraron inmediatamente los míos, como si todo este tiempo hubiera sabido que yo escuchaba su conversación. Miel, eso parecía el iris que enmarcaba su mirada, una mirada que decía tanto pero que a la vez yo no podía decifrar ; su piel era tan palida como nunca creí llegar a ver, pero sus labios carnosos poseían un rojo intenso que impactaba. Hermosa le quedaba corto, era perfecta.

Llevaba el cabello suelto, largo y lacio que hacía juego con sus ojos claros, pero del lado izquierdo una flor plata sostenía su único mechón de cabello rizado, dándole un aire tan inusual como fantástico.
Asustada desvié la mirada y me cubrí con las sábanas hasta la nariz; mi comportamiento rayaba en lo absurdo e inmaduro pero no podía evitarlo.
Jenny no dejaba de mirarme, sus ojos mostraban una actitud tan incitadora que me derretí por dentro.
Ella comenzó a desvestirse; su quitó el vestido con mucha cautela y pude ver en camara lenta como la seda se deslizaba por su piel; su cabello se movió al compás de sus blanquesinos hombros, para caer de nuevo sobre su hermosa espalda.
Mi respiración comenzó a acelerarse, en mi guarida personal estabamos a más de cien grados de temperatura, el corazón me latía expectante, esperaba por más, mientras ella pasaba los dedos sobre su piel formando contornos en su cintura y ombligo; sus ojos, siempre en los míos, provocaban que mi sudoración no lograra contenerse, sentía que explotaba desde lo más profundo de mi ser.


Jennifer estaba a punto de desabrochar su bonito brassier negro y yo ya no pensaba, sólo observaba, ya ni si quiera sentía las manos o los dedos de los pies, tragaba saliva desesperadamente y dejé de respirar en el momento que la última prenda cayó desde su pecho.

Nunca había presenciado algo similar, ¡que figura la suya!, era imposible no desear tenerla. Pasaron algunos segundos y ella seguía sin vestirse, en lugar de eso amarraba su cabello con unas horquillas negras, pero como si fuera broma, como jugando conmigo, terminaba por dejar caer su cabello claro una vez más.
Todo mi cuerpo temblaba, parecía querer correr hacia ella en ese preciso instante y no dejarla nunca, el momento era perfecto, tal espectáculo representaba una obra de arte, una maravilla que ambas disfrutabamos sin si quiera intercambiar palabras o roces de piel...

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